En los últimos años el matrimonio ha sufrido cambios nunca antes imaginados. Hoy se desposan parejas del mismo sexo, hay divorcios, matrimonios sin hijos, e incluso la gente puede casarse tarde o nunca hacerlo, sin que nadie se queje por ello. Pero la infidelidad sigue siendo una zona prohibida y la sociedad vilipendia a quienes osan llegar allá. Según una encuesta del Pew Research Center en 40 países, este comportamiento produjo más rechazo que cualquier otro en el mundo en ambos sexos y en todas las edades. Pero la sexóloga Esther Perel está tratando de despojar el concepto de su ropaje moral, para que dañe menos a la pareja.
Esta psicoterapeuta belga de 58 años, pese a que la brecha entre hombres y mujeres infieles se ha ido acortando, el tema aún es espinoso. “Sigue siendo tabú y universalmente condenado, pero también es universalmente practicado”.
Sobra decir que la sociedad es hipócrita. En Estados Unidos, donde no hay tolerancia frente a la infidelidad, no son menos infieles. “Simplemente sienten más culpa que los franceses”, dice. Perel recomienda no verlo como una patología o un problema moral, sino como un comportamiento propio de la naturaleza humana. “La infidelidad siempre ha sido dolorosa, pero hoy es traumática”, dice. Esas quejas que se escuchan entre sus víctimas (“mi vida es una mentira”, “ya no sé qué creer”) son para ella una construcción reciente.
Perel considera que la mayoría de las personas que caen en la infidelidad no lo hacen porque estén insatisfechas con su pareja. Explica además que a veces no es por el sexo, sino por “recapturar esa sensación de estar vivos con otra persona”. En otras palabras es vivir con otro el juego, la curiosidad y la picardía que el tiempo y la convivencia le roban a la relación. Por eso considera que la mayoría de veces los infieles no están buscando a otra persona, sino a su “otro yo” que se diluyó en esa larga relación.
Asimismo, pocos han entendido que el amor y el deseo no son lo mismo y no siempre van sincronizados. La antropóloga Helen Fisher en su libro Why We Love encontró que el cerebro tiene circuitos diferentes para el amor profundo, el amor romántico y la pasión por lo cual es perfectamente posible querer a alguien y desear a otro. Aun más, es posible querer a dos personas al tiempo.
Esta psicoterapeuta belga de 58 años, pese a que la brecha entre hombres y mujeres infieles se ha ido acortando, el tema aún es espinoso. “Sigue siendo tabú y universalmente condenado, pero también es universalmente practicado”.
Sobra decir que la sociedad es hipócrita. En Estados Unidos, donde no hay tolerancia frente a la infidelidad, no son menos infieles. “Simplemente sienten más culpa que los franceses”, dice. Perel recomienda no verlo como una patología o un problema moral, sino como un comportamiento propio de la naturaleza humana. “La infidelidad siempre ha sido dolorosa, pero hoy es traumática”, dice. Esas quejas que se escuchan entre sus víctimas (“mi vida es una mentira”, “ya no sé qué creer”) son para ella una construcción reciente.
Perel considera que la mayoría de las personas que caen en la infidelidad no lo hacen porque estén insatisfechas con su pareja. Explica además que a veces no es por el sexo, sino por “recapturar esa sensación de estar vivos con otra persona”. En otras palabras es vivir con otro el juego, la curiosidad y la picardía que el tiempo y la convivencia le roban a la relación. Por eso considera que la mayoría de veces los infieles no están buscando a otra persona, sino a su “otro yo” que se diluyó en esa larga relación.
Asimismo, pocos han entendido que el amor y el deseo no son lo mismo y no siempre van sincronizados. La antropóloga Helen Fisher en su libro Why We Love encontró que el cerebro tiene circuitos diferentes para el amor profundo, el amor romántico y la pasión por lo cual es perfectamente posible querer a alguien y desear a otro. Aun más, es posible querer a dos personas al tiempo.
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