Nos permitimos dar a conocer columna de opinión de Lisandro Duque Naranjo, publicada en el diario El Espectador:
Vicky de América
Ya clasifica, sobrado de méritos, el programa “Vicky en la W” para ser la réplica fiel de un espacio de hace algunos años de la televisión peruana, llamado “Laura de América”, animado por una señora Laura Bozzo. El formato de “Laura de América” era enfrentar a personas muy básicas que se despellejaban por adulterios que se iban revelando durante el programa, o por incestos inesperados, o por robos entre vecinos de inquilinato, y demás anécdotas que quizá son universales en cualquier clase social, pero que doña Laura se permitía mostrar —desde su distinción de mujer rubia— como exclusivas de la miseria popular de los cholos peruanos que se dejaban invitar a su programa.
Después de varios intentos —con María Fernanda Cabal, por ejemplo, enfrentada a algún caballero o prestante mujer, de izquierda éstos últimos, en los que la primera acometía con adjetivos tipo “eso es pura paja” o “mentiroso”—, el programa “Vicky en la W” logró por fin un virtuosismo como de gallera, y convirtió en un albañal amarillista la edición en la que enfrentó al investigador Ariel Ávila con al abogado Abelardo de la Espriella. Ya está maduro, pues, ese programa, para llamarse “Vicky de América”, y contar con una audiencia insaciable de la violencia verbal que el pasado viernes estuvo a punto de ser física e, incluso, sangrienta. Le ganó en brutalidad a “Laura de América”, por supuesto. En el programa de autos, De la Espriella matoneó a su interlocutor con expresiones que yo diría eran dignas de un patio de cárcel, si no fuera porque respeto a la población carcelaria, que además cuando se faja a puñaladas, en esos ambientes espesos, lo hace trágicamente, saliendo muchos para la morgue. En el estudio de la W, en cambio, tan aséptico lugar, De la Espriella iba a la fija, y se regó con manoteos intimidatorios contra Ávila, riguroso investigador y correcto ciudadano, quien en ningún momento perdió su compostura ni el hilo de su discurso, aunque éste, por supuesto, le fue roto sistemáticamente por la alharaca del perturbado personaje, quien entre lo suave que le espetó tuvo vocablos como “imbécil”, “eunuco mental”, “forúnculo”, “trabajas con ese cura degenerado de De Roux”, cosas de esas. Bueno, y amenazas de cogerlo a pescozones apenas salieran, etc. De hecho, al final metió a la cabina a uno de sus guardaespaldas y se sentó como un guardián del Inpec a contemplar a su reo. La señora Vicky, entre tanto, y como Ávila le pidiera que controlara las cosas, exclamaba: “¡Y yo cómo hago!”, con un desconcierto no muy convincente, y sin perjuicio de que mientras De la Espriella se despachaba contra las Farc —pues el tema dizque era “Acuerdo de paz y extradición”—, hacía pasar imágenes de miembros de esa organización política —lo que no es habitual en su formato—, para reforzar la histeria del energúmeno “jurista”.
Curioso lo que decían después algunos medios: que aquello fue un “agarrón”. Hombre, qué mentira.
Ya saben las personalidades de izquierda, o los científicos sociales, que cuando acudan a ese patíbulo radial, la casa no responde ni por objetos olvidados ni por la vida del invitado. Y que agradezcan que por lo menos les dan exposición pública interrumpiéndoles con preguntas sobre la marca de zapatos que usan, cuando el tema sobre el que disertan es la democratización de la propiedad de la tierra.
Ya clasifica, sobrado de méritos, el programa “Vicky en la W” para ser la réplica fiel de un espacio de hace algunos años de la televisión peruana, llamado “Laura de América”, animado por una señora Laura Bozzo. El formato de “Laura de América” era enfrentar a personas muy básicas que se despellejaban por adulterios que se iban revelando durante el programa, o por incestos inesperados, o por robos entre vecinos de inquilinato, y demás anécdotas que quizá son universales en cualquier clase social, pero que doña Laura se permitía mostrar —desde su distinción de mujer rubia— como exclusivas de la miseria popular de los cholos peruanos que se dejaban invitar a su programa.
Después de varios intentos —con María Fernanda Cabal, por ejemplo, enfrentada a algún caballero o prestante mujer, de izquierda éstos últimos, en los que la primera acometía con adjetivos tipo “eso es pura paja” o “mentiroso”—, el programa “Vicky en la W” logró por fin un virtuosismo como de gallera, y convirtió en un albañal amarillista la edición en la que enfrentó al investigador Ariel Ávila con al abogado Abelardo de la Espriella. Ya está maduro, pues, ese programa, para llamarse “Vicky de América”, y contar con una audiencia insaciable de la violencia verbal que el pasado viernes estuvo a punto de ser física e, incluso, sangrienta. Le ganó en brutalidad a “Laura de América”, por supuesto. En el programa de autos, De la Espriella matoneó a su interlocutor con expresiones que yo diría eran dignas de un patio de cárcel, si no fuera porque respeto a la población carcelaria, que además cuando se faja a puñaladas, en esos ambientes espesos, lo hace trágicamente, saliendo muchos para la morgue. En el estudio de la W, en cambio, tan aséptico lugar, De la Espriella iba a la fija, y se regó con manoteos intimidatorios contra Ávila, riguroso investigador y correcto ciudadano, quien en ningún momento perdió su compostura ni el hilo de su discurso, aunque éste, por supuesto, le fue roto sistemáticamente por la alharaca del perturbado personaje, quien entre lo suave que le espetó tuvo vocablos como “imbécil”, “eunuco mental”, “forúnculo”, “trabajas con ese cura degenerado de De Roux”, cosas de esas. Bueno, y amenazas de cogerlo a pescozones apenas salieran, etc. De hecho, al final metió a la cabina a uno de sus guardaespaldas y se sentó como un guardián del Inpec a contemplar a su reo. La señora Vicky, entre tanto, y como Ávila le pidiera que controlara las cosas, exclamaba: “¡Y yo cómo hago!”, con un desconcierto no muy convincente, y sin perjuicio de que mientras De la Espriella se despachaba contra las Farc —pues el tema dizque era “Acuerdo de paz y extradición”—, hacía pasar imágenes de miembros de esa organización política —lo que no es habitual en su formato—, para reforzar la histeria del energúmeno “jurista”.
Curioso lo que decían después algunos medios: que aquello fue un “agarrón”. Hombre, qué mentira.
Ya saben las personalidades de izquierda, o los científicos sociales, que cuando acudan a ese patíbulo radial, la casa no responde ni por objetos olvidados ni por la vida del invitado. Y que agradezcan que por lo menos les dan exposición pública interrumpiéndoles con preguntas sobre la marca de zapatos que usan, cuando el tema sobre el que disertan es la democratización de la propiedad de la tierra.