La primera vez que Andrey Téllez entró al salón de clases del Instituto Cerros del Sur, en Bogotá, con su chaleco antibalas, los alumnos se asustaron: creyeron que era un policía encubierto.
Aunque lleva un año dictando clases con este elemento en el torso, los estudiantes todavía no se acostumbran a que su profesor de ciencias sociales tenga que llevar un chaleco antibalas.
Si bien es consciente de que portar esa protección no es más que un símbolo de que está en peligro, para Téllez es una medalla. Un orgullo.
“Ese chaleco para mí es como un trofeo. Es saber que estamos haciendo bien las cosas, saber que el trabajo territorial ha repercutido en que hemos generado procesos de organización social y comunitarios importantes para que la comunidad tenga un barrio distinto”, expresó Téllez.
Además de su labor como docente provisional, desde 2014 ha trabajado con la mesa ambiental No le Saque la Piedra a la Montaña’, colectivo que busca proteger los cerros de Ciudad Bolívar explotados por mineros ilegales.
Fue en medio de esta lucha como se ganó esa ‘medalla’, de cerca de 2 kilos, que debe portar a diario, pues, en caso de que le pase algo y no porte su chaleco, “el Estado no le responde a mi familia”.
Uno de los actos de movilización más fuertes que lideró Andrey, y que fue su sentencia de muerte, se dio hace dos años.
La muerte de Gineth Herrera, habitante del barrio Potosí, el 4 de abril de 2014, tras ser arrollada por una volqueta de una empresa ilegal que extraía materiales de la minería, fue el detonante para que la gente de esa zona, liderada por Téllez, decidiera que ese sería el último de los padecimientos que soportaron durante 20 años por culpa de esa explotación.
Al otro día, la comunidad se asentó en cambuches y, con actividades culturales y deportivas, bloqueó la entrada de los frentes extractivos de Canteras Unidas La Esmeralda, para impedir la circulación de volquetas que transportaban arena y arcilla, los dos principales materiales que se explotaban.
A partir de esta situación se iniciaron reclamos y acciones jurídicas ante la Secretaría de Ambiente de Bogotá, los cuales dieron como resultado, luego de treinta días de bloqueo, el sellamiento de esta cantera. La comunidad frenó la minería en su territorio.
“A raíz de esa movilización, algunos líderes se empezaron a visibilizar un poco más, entre ellos yo. Y, como vivo aquí en el territorio, me tenía que encontrar con las personas que cuidaban esa cantera”, recordó Téllez.
Defender la tierra, el agua y los recursos, cada vez más peligroso.
Protección
Una de las razones para solicitar protección fueron dos amenazas verbales directas que recibió de personas que se beneficiaban de la minería.
“Luego llegaron panfletos a mi casa; decían que me tenía que ir o, si no, me mataban. Siempre hemos tratado de construir vida digna con las comunidades, y lastimosamente eso genera que pisemos callos de personas muy influyentes”, dijo Téllez.
Andrey cree que está en la mira de estos grupos delincuenciales porque desde la organización ambiental ha logrado arrebatarles los jóvenes que eran presas fáciles del consumo y la venta de psicoactivos.
El profesor recordó que poco después de la movilización que frenó la minería “llegaron unos supuestos policías” a su casa para hacer un estudio sobre seguridad. “Me preguntaron sobre mi familia y mis desplazamientos, pero a los pocos minutos me di cuenta de que fui el único del barrio al que encuestaron”, contó.
“A partir de esta situación tuve que llevar el caso a la Unidad Nacional de Protección. Casi dos años después, luego de hacer el estudio pertinente, me entregaron la resolución en la cual me otorgaron como protección un chaleco antibalas y un celular con minutos”, relató Andrey.
Saber que puedes perder la vida siempre genera como escozor
A diferencia de los otros docentes, él debe buscar rutas diferentes para movilizarse, pues no son pocas las veces que se ha encontrado con “personas extrañas” siguiéndolo.
“Saber que puedes perder la vida siempre genera como escozor”, aseguró, pero tiene claro que continuará en su labor.
El chaleco antibalas ha resultado para Andrey una herramienta pedagógica con la cual centra la atención de sus alumnos.
“Cuando me lo quito, los chicos se sorprenden porque saben que ese elemento es producto de que me la juego por ellos”, explicó.
Al escuchar a su profesor, los alumnos comprenden que los chalecos antibalas no son solo para la Policía y los presidentes, como antes pensaban, sino también para líderes, docentes y personas en riesgo.Los estudiantes comprenden que viven en un país en donde es normal que los maestros lleguen al salón de clases con chaleco antibalas.
Aunque lleva un año dictando clases con este elemento en el torso, los estudiantes todavía no se acostumbran a que su profesor de ciencias sociales tenga que llevar un chaleco antibalas.
Si bien es consciente de que portar esa protección no es más que un símbolo de que está en peligro, para Téllez es una medalla. Un orgullo.
“Ese chaleco para mí es como un trofeo. Es saber que estamos haciendo bien las cosas, saber que el trabajo territorial ha repercutido en que hemos generado procesos de organización social y comunitarios importantes para que la comunidad tenga un barrio distinto”, expresó Téllez.
Además de su labor como docente provisional, desde 2014 ha trabajado con la mesa ambiental No le Saque la Piedra a la Montaña’, colectivo que busca proteger los cerros de Ciudad Bolívar explotados por mineros ilegales.
Fue en medio de esta lucha como se ganó esa ‘medalla’, de cerca de 2 kilos, que debe portar a diario, pues, en caso de que le pase algo y no porte su chaleco, “el Estado no le responde a mi familia”.
Uno de los actos de movilización más fuertes que lideró Andrey, y que fue su sentencia de muerte, se dio hace dos años.
La muerte de Gineth Herrera, habitante del barrio Potosí, el 4 de abril de 2014, tras ser arrollada por una volqueta de una empresa ilegal que extraía materiales de la minería, fue el detonante para que la gente de esa zona, liderada por Téllez, decidiera que ese sería el último de los padecimientos que soportaron durante 20 años por culpa de esa explotación.
Al otro día, la comunidad se asentó en cambuches y, con actividades culturales y deportivas, bloqueó la entrada de los frentes extractivos de Canteras Unidas La Esmeralda, para impedir la circulación de volquetas que transportaban arena y arcilla, los dos principales materiales que se explotaban.
A partir de esta situación se iniciaron reclamos y acciones jurídicas ante la Secretaría de Ambiente de Bogotá, los cuales dieron como resultado, luego de treinta días de bloqueo, el sellamiento de esta cantera. La comunidad frenó la minería en su territorio.
“A raíz de esa movilización, algunos líderes se empezaron a visibilizar un poco más, entre ellos yo. Y, como vivo aquí en el territorio, me tenía que encontrar con las personas que cuidaban esa cantera”, recordó Téllez.
Defender la tierra, el agua y los recursos, cada vez más peligroso.
Protección
Una de las razones para solicitar protección fueron dos amenazas verbales directas que recibió de personas que se beneficiaban de la minería.
“Luego llegaron panfletos a mi casa; decían que me tenía que ir o, si no, me mataban. Siempre hemos tratado de construir vida digna con las comunidades, y lastimosamente eso genera que pisemos callos de personas muy influyentes”, dijo Téllez.
Andrey cree que está en la mira de estos grupos delincuenciales porque desde la organización ambiental ha logrado arrebatarles los jóvenes que eran presas fáciles del consumo y la venta de psicoactivos.
El profesor recordó que poco después de la movilización que frenó la minería “llegaron unos supuestos policías” a su casa para hacer un estudio sobre seguridad. “Me preguntaron sobre mi familia y mis desplazamientos, pero a los pocos minutos me di cuenta de que fui el único del barrio al que encuestaron”, contó.
“A partir de esta situación tuve que llevar el caso a la Unidad Nacional de Protección. Casi dos años después, luego de hacer el estudio pertinente, me entregaron la resolución en la cual me otorgaron como protección un chaleco antibalas y un celular con minutos”, relató Andrey.
Saber que puedes perder la vida siempre genera como escozor
A diferencia de los otros docentes, él debe buscar rutas diferentes para movilizarse, pues no son pocas las veces que se ha encontrado con “personas extrañas” siguiéndolo.
“Saber que puedes perder la vida siempre genera como escozor”, aseguró, pero tiene claro que continuará en su labor.
El chaleco antibalas ha resultado para Andrey una herramienta pedagógica con la cual centra la atención de sus alumnos.
“Cuando me lo quito, los chicos se sorprenden porque saben que ese elemento es producto de que me la juego por ellos”, explicó.
Al escuchar a su profesor, los alumnos comprenden que los chalecos antibalas no son solo para la Policía y los presidentes, como antes pensaban, sino también para líderes, docentes y personas en riesgo.Los estudiantes comprenden que viven en un país en donde es normal que los maestros lleguen al salón de clases con chaleco antibalas.
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