Desde el jueves pasado, un palo de mango realizado en madera adorna el hall principal de la Biblioteca Nacional, en el centro de Bogotá. A su alrededor, en un espacio normalmente dedicado a la solemnidad de los libros y la literatura, hay acordeones, guacharacas, cajas, fotos de cantantes o juglares y carátulas de discos. Como si fuera poco, el silencio característico dio paso a un sonido nada común para una biblioteca: el vallenato.
Se trata de La hamaca grande, una exposición que cuenta la historia de ese ritmo musical tradicional de la costa caribe de Colombia –más específicamente de la región del Magdalena Grande–, un símbolo de la cultura nacional que, en muchas ocasiones, representa al país ante el mundo. Tanto es así que en 2015 la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Lo cierto es que el vallenato, más allá de ser música popular, viene de una tradición narrativa y literaria importante: los juglares que recorrían los pueblos del Caribe cantando las noticias e historias que encontraban por el camino. No por nada el propio Gabriel García Márquez dijo alguna vez que Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas. Esa relación entre literatura y música llevó a Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional, a impulsar la exposición: “Uno de los papeles que cumple una biblioteca es divulgar las expresiones de la cultura escrita y oral de su país. Y más allá de lo que el vallenato tradicional representa a nivel cultural, no solo en la región Caribe, sino en todo el país, llama la atención la narrativa de sus canciones, y eso lo reconoce la declaración de la Unesco”.
La filosofía de la muestra, de hecho, tiene que ver con esa declaración. Para la Unesco, el vallenato tradicional está en riesgo, por lo que también le declaró una medida de salvaguardia urgente. Es decir, el gobierno debe adelantar acciones que garanticen que las costumbres y los sonidos ligados al vallenato tradicional no mueran. Por eso, la exposición parte de dos preguntas: ¿cuál es el patrimonio que hay que salvaguardar? y ¿por qué?
El curador, el escritor Alonso Sánchez Baute, lleva un año investigando la historia del vallenato. No solo ha consultado expertos, historiadores y folclorólogos, sino que ha revisado fuentes documentales o investigaciones previas de personajes como Jorge Nieves Oviedo, Joaquín Viloria de la Hoz, Egberto Bermúdez o Alberto Salcedo Ramos –con sus crónicas dedicadas a personajes del vallenato–. De ese modo ha recopilado una muestra que, por medio de documentos, objetos, fotografías, material audiovisual y sonidos, cuenta la historia del género musical desde sus orígenes hasta los músicos famosos a mediados de los años noventa, como Carlos Vives. Además de destacar a los grandes compositores, músicos, cantantes y gestores, también incluye la historia del acordeón, una muestra de los cuatro aires tradicionales del vallenato (paseo, merengue, puya y son), la discografía más importante del género y un panel que destaca el papel del Festival de la Leyenda Vallenata, realizado anualmente en Valledupar, y de los otros cerca de 300 festivales que celebran otras ciudades de Colombia. En uno de los salones, además, hay un homenaje audiovisual y sonoro a Alejo Durán, pues en febrero del próximo año se cumple el centenario de su nacimiento.
Mientras hacía la investigación, Sánchez encontró algunos datos que contradicen los mitos y las historias tradicionales sobre los orígenes del vallenato. El primero es que el acordeón llegó de Alemania y entró por Riohacha a mediados de 1850: “Eso lo dicen porque la marca de los acordeones del vallenato es Hohner, alemana –dice el escritor–. Pero al investigar me di cuenta de que esa fábrica nació en 1856 y empezó haciendo armónicas. Solo produjeron acordeones desde 1865. En ese momento, de hecho, ya había acordeones franceses y austriacos en el mercado”. Además, los documentos de la aduana de la época muestran que entre 1869 y 1872 entraron a Colombia 631 instrumentos por Sabanilla (Atlántico), 321 por Cúcuta, 33 por Riohacha y 6 por Cartagena. “Puede que el primero sí haya llegado a Riohacha por contrabando, y que sea alemán, pero nada lo comprueba”, añade.
También desvirtuó el mito de que los tres instrumentos principales del vallenato muestran los tres pueblos que conforman la cultura colombiana: los europeos (con el acordeón), los indígenas (con la guacharaca) y los negros (con la caja). Sánchez dice que, al contrario de la creencia popular, la guacharaca viene de Angola. “Los instrumentos realmente indígenas –explica– son las maracas, la flauta y el carrizo, que viene a ser una especie de gaita. El vallenato, en realidad, se hacía al comienzo con carrizo y también con guitarras, no solo acordeones”.
Más allá de esos nuevos datos, la muestra tiene otras miradas no tan comunes sobre la historia del vallenato: su relación con el merengue dominicano y el son cubano, que en sus inicios también se hacían con caja, guacharaca y acordeón; su relevancia nacional, pues aunque tiene su cuna en el territorio de Cesar, La Guajira y parte del Magdalena, es innegable que el género hoy es vital para todo el país –Julián Mojica, el último rey vallenato, es de Boyacá– ; y su historia vista desde las mujeres. No solo en materia musical, con personajes como Jenny Cabello, sino desde la gestión, con la inolvidable Consuelo Araújo Noguera.
La exposición, que va hasta noviembre, también tiene un espacio académico para pensar el vallenato con charlas magistrales, conferencias, conversatorios y proyecciones de películas, como Los viajes del viento, de Ciro Guerra. Por allí pasarán personajes como Salcedo Ramos, Rodolfo Quintana, Joaquín Viloria, Adolfo Pacheco (considerado el último juglar), Ariel Castillo Mier y Joaquín Nieves Oviedo. Todo para dejar en claro la importancia histórica y patrimonial del vallenato, y contribuir a su conservación.
Tomada de: Semana
Se trata de La hamaca grande, una exposición que cuenta la historia de ese ritmo musical tradicional de la costa caribe de Colombia –más específicamente de la región del Magdalena Grande–, un símbolo de la cultura nacional que, en muchas ocasiones, representa al país ante el mundo. Tanto es así que en 2015 la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Lo cierto es que el vallenato, más allá de ser música popular, viene de una tradición narrativa y literaria importante: los juglares que recorrían los pueblos del Caribe cantando las noticias e historias que encontraban por el camino. No por nada el propio Gabriel García Márquez dijo alguna vez que Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas. Esa relación entre literatura y música llevó a Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional, a impulsar la exposición: “Uno de los papeles que cumple una biblioteca es divulgar las expresiones de la cultura escrita y oral de su país. Y más allá de lo que el vallenato tradicional representa a nivel cultural, no solo en la región Caribe, sino en todo el país, llama la atención la narrativa de sus canciones, y eso lo reconoce la declaración de la Unesco”.
La filosofía de la muestra, de hecho, tiene que ver con esa declaración. Para la Unesco, el vallenato tradicional está en riesgo, por lo que también le declaró una medida de salvaguardia urgente. Es decir, el gobierno debe adelantar acciones que garanticen que las costumbres y los sonidos ligados al vallenato tradicional no mueran. Por eso, la exposición parte de dos preguntas: ¿cuál es el patrimonio que hay que salvaguardar? y ¿por qué?
El curador, el escritor Alonso Sánchez Baute, lleva un año investigando la historia del vallenato. No solo ha consultado expertos, historiadores y folclorólogos, sino que ha revisado fuentes documentales o investigaciones previas de personajes como Jorge Nieves Oviedo, Joaquín Viloria de la Hoz, Egberto Bermúdez o Alberto Salcedo Ramos –con sus crónicas dedicadas a personajes del vallenato–. De ese modo ha recopilado una muestra que, por medio de documentos, objetos, fotografías, material audiovisual y sonidos, cuenta la historia del género musical desde sus orígenes hasta los músicos famosos a mediados de los años noventa, como Carlos Vives. Además de destacar a los grandes compositores, músicos, cantantes y gestores, también incluye la historia del acordeón, una muestra de los cuatro aires tradicionales del vallenato (paseo, merengue, puya y son), la discografía más importante del género y un panel que destaca el papel del Festival de la Leyenda Vallenata, realizado anualmente en Valledupar, y de los otros cerca de 300 festivales que celebran otras ciudades de Colombia. En uno de los salones, además, hay un homenaje audiovisual y sonoro a Alejo Durán, pues en febrero del próximo año se cumple el centenario de su nacimiento.
Mientras hacía la investigación, Sánchez encontró algunos datos que contradicen los mitos y las historias tradicionales sobre los orígenes del vallenato. El primero es que el acordeón llegó de Alemania y entró por Riohacha a mediados de 1850: “Eso lo dicen porque la marca de los acordeones del vallenato es Hohner, alemana –dice el escritor–. Pero al investigar me di cuenta de que esa fábrica nació en 1856 y empezó haciendo armónicas. Solo produjeron acordeones desde 1865. En ese momento, de hecho, ya había acordeones franceses y austriacos en el mercado”. Además, los documentos de la aduana de la época muestran que entre 1869 y 1872 entraron a Colombia 631 instrumentos por Sabanilla (Atlántico), 321 por Cúcuta, 33 por Riohacha y 6 por Cartagena. “Puede que el primero sí haya llegado a Riohacha por contrabando, y que sea alemán, pero nada lo comprueba”, añade.
También desvirtuó el mito de que los tres instrumentos principales del vallenato muestran los tres pueblos que conforman la cultura colombiana: los europeos (con el acordeón), los indígenas (con la guacharaca) y los negros (con la caja). Sánchez dice que, al contrario de la creencia popular, la guacharaca viene de Angola. “Los instrumentos realmente indígenas –explica– son las maracas, la flauta y el carrizo, que viene a ser una especie de gaita. El vallenato, en realidad, se hacía al comienzo con carrizo y también con guitarras, no solo acordeones”.
Más allá de esos nuevos datos, la muestra tiene otras miradas no tan comunes sobre la historia del vallenato: su relación con el merengue dominicano y el son cubano, que en sus inicios también se hacían con caja, guacharaca y acordeón; su relevancia nacional, pues aunque tiene su cuna en el territorio de Cesar, La Guajira y parte del Magdalena, es innegable que el género hoy es vital para todo el país –Julián Mojica, el último rey vallenato, es de Boyacá– ; y su historia vista desde las mujeres. No solo en materia musical, con personajes como Jenny Cabello, sino desde la gestión, con la inolvidable Consuelo Araújo Noguera.
La exposición, que va hasta noviembre, también tiene un espacio académico para pensar el vallenato con charlas magistrales, conferencias, conversatorios y proyecciones de películas, como Los viajes del viento, de Ciro Guerra. Por allí pasarán personajes como Salcedo Ramos, Rodolfo Quintana, Joaquín Viloria, Adolfo Pacheco (considerado el último juglar), Ariel Castillo Mier y Joaquín Nieves Oviedo. Todo para dejar en claro la importancia histórica y patrimonial del vallenato, y contribuir a su conservación.
Tomada de: Semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario