EL GRINGO QUE LLEGÓ A BUSCAR ESMERALDAS DICIENDO QUE ERA ACADÉMICO
A mediados de septiembre de 2014, un hombre de mediana edad, con marcado acento extranjero y aspecto de profesor universitario, llegó a Bogotá. Venía de una prestigiosa universidad europea y, según dijo, estaba interesado en hacer una investigación sobre el pacto de paz que se dio en la zona esmeraldera del occidente de Boyacá en 1990. Le llamaba principalmente la atención la manera en que los dos bandos en disputa —ambos muy violentos— se pusieron de acuerdo, no solo para cesar las hostilidades sino también para impulsar alianzas de negocios que resultaron bastante fructíferas.
Pero su trabajo tenía un marco más amplio, pues este hombre también había estudiado, por varios años, el sangriento conflicto que hubo en torno a las minas de rubí en Afganistán, otro territorio en el que, según decía, los dos grupos enfrentados lograron impulsar varios acuerdos que generaron importantes beneficios para las partes. Y le atraía bastante que esto se hubiera logrado sin la mediación del Estado, el cual solamente actuó como observador en los momentos finales del proceso.
Mejor dicho, era un caso muy parecido al ocurrido en el occidente de Boyacá a comienzos de los años noventa.
Teniendo en cuenta lo anterior, Michael ‘Mickey’ Harrison llegó al país para comparar las realidades en las minas de piedras preciosas de Afganistán y Colombia, y analizar las pautas comunes que se establecieron exitosamente en esos dos escenarios, con el fin de desarrollar unos mecanismos de resolución de conflictos a los que las comunidades, en cualquier lugar del mundo, pudieran apelar, sin esperar la intermediación de otras instancias.
Para desarrollar su investigación, Harrison contrató un equipo de trabajo conformado por jóvenes profesionales colombianos, los cuales levantaron información sobre la zona esmeraldera. A su vez, se reunió con personajes que, posiblemente, podían darle unas bases importantes para corroborar ideas y resolver dudas sobre la explotación de esmeraldas y la situación social, económica y política de Colombia en general y del occidente de Boyacá en particular. Cada vez que Harrison conocía a alguien, se presentaba diciendo:
—¡Hola, soy Mickey, como el muñeco de Disney!
Frase que decía para ‘romper el hielo’, estableciendo sólidos lazos de amistad y obteniendo abundante infor- mación para sus intereses. Varias veces fue visto bebiendo cerveza en diferentes bares de la ciudad, asistiendo a numerosas fiestas y compartiendo con la gente en diferentes lugares sin temor a que su seguridad corriera peligro.
—¡Rumbeando también se aprende!
Decía utilizando palabras coloquiales colombianas, demostrando que era, definitivamente, uno de esos intelectuales que se salían de su ‘torre de marfil’, pues viajaba siempre a los territorios que le interesaba investigar, se internaba, sin miedo, en los lugares que le causaran curiosidad —así le dijeran que eran peligrosos— y buscaba establecer un contacto directo con las personas de cada sitio, a quienes conquistaba con sus entusiastas relatos sobre el medio oriente, Suramérica y el sudeste asiático, lugares en donde hizo varias investigaciones.
Pero no todo se quedaba en anécdotas, pues sus palabras también estaban adornadas con datos, cifras y estudios académicos que iba complementando, cada vez que su memoria fallaba, con una pequeña libreta que siempre llevaba consigo. Para quienes trabajaban con él, era evidente que podía leer con facilidad los contextos, analizaba con rapidez las respuestas que le daban y evaluaba, de manera minuciosa, el comportamiento de cada persona que entrevistaba.
Hay que decir, sin embargo, que Harrison no se basaba solamente en su carisma personal, pues antes de cada entrevista mostraba una carta de recomendación de la universidad que financiaba su trabajo, con lo cual recalcaba que su presencia en Colombia era motivada por un interés puramente académico
Pero su trabajo tenía un marco más amplio, pues este hombre también había estudiado, por varios años, el sangriento conflicto que hubo en torno a las minas de rubí en Afganistán, otro territorio en el que, según decía, los dos grupos enfrentados lograron impulsar varios acuerdos que generaron importantes beneficios para las partes. Y le atraía bastante que esto se hubiera logrado sin la mediación del Estado, el cual solamente actuó como observador en los momentos finales del proceso.
Mejor dicho, era un caso muy parecido al ocurrido en el occidente de Boyacá a comienzos de los años noventa.
Teniendo en cuenta lo anterior, Michael ‘Mickey’ Harrison llegó al país para comparar las realidades en las minas de piedras preciosas de Afganistán y Colombia, y analizar las pautas comunes que se establecieron exitosamente en esos dos escenarios, con el fin de desarrollar unos mecanismos de resolución de conflictos a los que las comunidades, en cualquier lugar del mundo, pudieran apelar, sin esperar la intermediación de otras instancias.
Para desarrollar su investigación, Harrison contrató un equipo de trabajo conformado por jóvenes profesionales colombianos, los cuales levantaron información sobre la zona esmeraldera. A su vez, se reunió con personajes que, posiblemente, podían darle unas bases importantes para corroborar ideas y resolver dudas sobre la explotación de esmeraldas y la situación social, económica y política de Colombia en general y del occidente de Boyacá en particular. Cada vez que Harrison conocía a alguien, se presentaba diciendo:
—¡Hola, soy Mickey, como el muñeco de Disney!
Frase que decía para ‘romper el hielo’, estableciendo sólidos lazos de amistad y obteniendo abundante infor- mación para sus intereses. Varias veces fue visto bebiendo cerveza en diferentes bares de la ciudad, asistiendo a numerosas fiestas y compartiendo con la gente en diferentes lugares sin temor a que su seguridad corriera peligro.
—¡Rumbeando también se aprende!
Decía utilizando palabras coloquiales colombianas, demostrando que era, definitivamente, uno de esos intelectuales que se salían de su ‘torre de marfil’, pues viajaba siempre a los territorios que le interesaba investigar, se internaba, sin miedo, en los lugares que le causaran curiosidad —así le dijeran que eran peligrosos— y buscaba establecer un contacto directo con las personas de cada sitio, a quienes conquistaba con sus entusiastas relatos sobre el medio oriente, Suramérica y el sudeste asiático, lugares en donde hizo varias investigaciones.
Pero no todo se quedaba en anécdotas, pues sus palabras también estaban adornadas con datos, cifras y estudios académicos que iba complementando, cada vez que su memoria fallaba, con una pequeña libreta que siempre llevaba consigo. Para quienes trabajaban con él, era evidente que podía leer con facilidad los contextos, analizaba con rapidez las respuestas que le daban y evaluaba, de manera minuciosa, el comportamiento de cada persona que entrevistaba.
Hay que decir, sin embargo, que Harrison no se basaba solamente en su carisma personal, pues antes de cada entrevista mostraba una carta de recomendación de la universidad que financiaba su trabajo, con lo cual recalcaba que su presencia en Colombia era motivada por un interés puramente académico
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