lunes, 8 de mayo de 2017

EL CLUB DE LOS SUICIDAS EN ARMENIA



Los retos para quitarse la vida, como el de la ballena azul, no son nuevos. En Quindío, en los años treinta, existió un macabro Club de los Suicidas, que causó revuelo en el país por la forma como sus miembros cumplieron su promesa y por los tintes políticos que llegó a tener.

Fidel Castiblanco, uno de los tantos poetas que en los años setenta se sumaron al Partido Comunista Colombiano, le contó en una oportunidad al también poeta Armando Orozco la trágica forma como murió su padre Samuel Ángel: se llevó un revólver a la boca y se mató, en marzo de 1939, para cumplir una promesa y mantener su honor, sin importar que iba a dejar a su esposa viuda y a sus siete niños huérfanos. La entrevista, publicada en una revista inglesa, estaba en un viejo casete que Armando guardaba como un tesoro en su casa de Bogotá. Muchos años después, la grabación se entrecortaba y las palabras quedaban enredadas en la voz dulce y ronca de Fidel. Ese es, tal vez, uno de los pocos testimonios orales que aún sobreviven del llamado Club de los Suicidas de Armenia.

Este macabro club, conformado por jóvenes ricos e intelectuales de la ciudad, logró incluso trastocar la tranquilidad de la vida colombiana de esos años. Entre las hipótesis del modus operandi del grupo se supo que estos hombres se encontraban en los bares de la zona de tolerancia de Armenia, donde hoy funcionan panaderías, casinos, casas de apuestas, almacenes de baratijas chinas y supermercados. En estos lupanares –como el preferido, el bar La Puerta del Sol– bebían aguardiente, mientras escuchaban tangos y boleros. Después de varias copas pactaban suicidarse, pero sin nombre, fecha ni hora. Al elegido le llegaba después a la casa un mensaje acompañado por una bala con la que debía quitarse la vida. Si el sentenciado faltaba a la promesa, los demás se encargaban de que cumpliera su palabra: lo asesinaban.

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